Después de dos días nublados y grises, que han hundido aún más a todos los que se despedían del veraneo en su triste ánimo; equipajes arrastrados de aquí para allá, coches cargándose con el maletero hasta los topes... después de dos días bochornosos, ha vuelto a salir el sol.
Está la tarde clara y luminosa. El Coto de Doñana se ve, como rara vez, nítido: se distinguen los troncos de los pinos, las ramas de los dos eucaliptos gigantes, el pequeño faro, las dunas blancas pobladas de matojos secos, los fortines de ametralladoras de la Guerra Civil.
Como un reducto prehistórico, Doñana se ha conservado virgen, y los afortunados que miramos desde la orilla de Sanlúcar vemos la misma escena que contemplaron los señores de Medinasidonia, a quien perteneció, donde cazaron ciervos Austrias y Borbones, en medio de grandes fiestas y agasajos que casi arruinan el Señorío; la misma línea de agua y bosque, de arena y cielo de gaviotas y garzas, que vieron los 18 supervivientes de la Nao Victoria tras circundar el mundo; el mismo horizonte perdiéndose en la Punta de Malandar hacía el océano ignoto, que asombró a la joven Reina Isabel la Católica cuando conoció por primera vez el mar desde esta misma orilla.
Un velero, como una pincelada de Sorolla, se mece con las olas, y las motoras perezosas atracadas en Bajo de Guía nos vuelven al siglo XXI, así como la moto de agua que cruza, ruidosa, veloz, salpicando, como un tritón furioso, zigzagueante, surgido de las aguas.
lunes, 31 de agosto de 2015
miércoles, 26 de agosto de 2015
Intensa melancolía
Durante la siesta he soñado con mi abuela. Estaba en la cocina de su casa de Utrera, sentada, de espaldas a mí, en una silla baja. Alargue la mano y la toqué.
Después no sé qué siguió. Creo que estaba en la playa de Sanlúcar, por la tarde, pero lo que percibí de una forma nítida y terrible a la vez, fue la sensación de pérdida irreparable que me invadió. Algo que nunca me sucede despierto, algunas veces, escasas, gracias a Dios, en el sueño.
Es una nostalgia condensada, absoluta, sin la dulzura piadosa que la suele acompañar. Brutal, dolorosa, como si fuese plenamente consciente por un instante de todo lo pasado que jamás volverá. Todo lo que entonces era bello, sencillo, ingenuo, joven y por venir... Ese yo sin hacer todavía…
No sé explicarlo. Es tan intensa esta sensación de la contingencia de las cosas, que tuve que abrir los ojos y mirar el techo, el armario, la silla junto a la pared sobre la que se filtraba la luz de las persianas, para darme un baño de realidad.
Imagino que algo como esta extraña clarividencia sucede a los que han tenido un accidente y dicen que ven pasar toda tu vida por la mente en un instante.
Ese sentimiento de nostalgia en el sueño al que me refiero, es como esas porciones mínimas de materia que tienen una masa infinita y condensan en su interior una capacidad y una fuerza inconmensurable, como una minúscula gota de un ácido muy fuerte, que si cae sobre una plancha gruesa de plomo, la atraviesa como si de cera se tratase.
Es una sensación extraña, no es exactamente dolorosa, ni auténticamente triste, aunque den unas ganas tremendas de llorar. Es Lúcida, de una nitidez cruel, como si de pronto penetráramos en los entresijos del tiempo y nos permitiese ver sin maquillaje ni anestesia, toda la fugacidad de la vida.
Después no sé qué siguió. Creo que estaba en la playa de Sanlúcar, por la tarde, pero lo que percibí de una forma nítida y terrible a la vez, fue la sensación de pérdida irreparable que me invadió. Algo que nunca me sucede despierto, algunas veces, escasas, gracias a Dios, en el sueño.
Es una nostalgia condensada, absoluta, sin la dulzura piadosa que la suele acompañar. Brutal, dolorosa, como si fuese plenamente consciente por un instante de todo lo pasado que jamás volverá. Todo lo que entonces era bello, sencillo, ingenuo, joven y por venir... Ese yo sin hacer todavía…
No sé explicarlo. Es tan intensa esta sensación de la contingencia de las cosas, que tuve que abrir los ojos y mirar el techo, el armario, la silla junto a la pared sobre la que se filtraba la luz de las persianas, para darme un baño de realidad.
Imagino que algo como esta extraña clarividencia sucede a los que han tenido un accidente y dicen que ven pasar toda tu vida por la mente en un instante.
Ese sentimiento de nostalgia en el sueño al que me refiero, es como esas porciones mínimas de materia que tienen una masa infinita y condensan en su interior una capacidad y una fuerza inconmensurable, como una minúscula gota de un ácido muy fuerte, que si cae sobre una plancha gruesa de plomo, la atraviesa como si de cera se tratase.
Es una sensación extraña, no es exactamente dolorosa, ni auténticamente triste, aunque den unas ganas tremendas de llorar. Es Lúcida, de una nitidez cruel, como si de pronto penetráramos en los entresijos del tiempo y nos permitiese ver sin maquillaje ni anestesia, toda la fugacidad de la vida.
martes, 25 de agosto de 2015
IMPRESIONES, SOL DE TARDE
Los barcos de pescadores se cruzan, blancos, entre si. Vienen y van de altamar al puerto de Bonanza, a descargar la pesca o llenar las bodegas de plata fresca: sardinas, boquerones, acedias, como una carga de navajas afiladas o de puntas de lanzas de los Tartessos.
El sonido de los motores ronronea a lo lejos y la hilera de la flota hiende el agua creando a su alrededor un largo camino de espuma blanca.
El carrito del vendedor de dulces hace sonar la campana, anunciando a los bañistas sus “carmelas de crema”, sus “cuñas de chocolate”, sus “palmeras de huevo” y sus “donuts” artesanos. El toldo rayado, verde y blanco, contrasta con el azul del mar.
Ya se aleja, empujado por el joven de camisa blanca también, como la arena, la espuma y el envés de las conchas.
A esta hora de la tarde luminosa, todo, desde la baranda de mi terraza, se ve blanco, azul y fresco. Nuevo, luminoso y gentil, como la sonrisa de mi hijo que me hace señas desde la orilla.
El sonido de los motores ronronea a lo lejos y la hilera de la flota hiende el agua creando a su alrededor un largo camino de espuma blanca.
El carrito del vendedor de dulces hace sonar la campana, anunciando a los bañistas sus “carmelas de crema”, sus “cuñas de chocolate”, sus “palmeras de huevo” y sus “donuts” artesanos. El toldo rayado, verde y blanco, contrasta con el azul del mar.
Ya se aleja, empujado por el joven de camisa blanca también, como la arena, la espuma y el envés de las conchas.
A esta hora de la tarde luminosa, todo, desde la baranda de mi terraza, se ve blanco, azul y fresco. Nuevo, luminoso y gentil, como la sonrisa de mi hijo que me hace señas desde la orilla.
domingo, 23 de agosto de 2015
CAMINO I: Los preparativos
Cuando nació Santiago me vino la idea de hacer el Camino, cosa que antes no me había llamado demasiado la atención. Pensé que sería una gran experiencia hacerlo toda la familia junta. Claro que había que esperar a que tuviesen una edad apropiada. Largo me lo fiais- pensé, máxime cuando al año siguiente nació Pilar. Para más inri, “Pilar” y “Santiago”; qué nombres más vinculados a todo esto y por casualidad, mi madre se llama Pilar y mi cuñado Santiago, nada que ver, pues, con España, Aragón, Compostela y los diversos patronazgos, aunque me encante y no deje de felicitarme tales coincidencias.
Pero como todo llega y además con gran rapidez, ahora con siete y seis años los más pequeños pensé que podía ser el momento. Algunas voces eran contrarias... ¡los niños tan chicos no resistirán! decían algunos! ¡imposible! otros. Mi madre se unía al coro - pero niño, de verdad que vais a andar veintitantos km cada día, eso es una barbaridad-
Lo veremos, pensaba, confiando en la resistencia de los enanos, y que no me dejarían en mal lugar. Creo y la experiencia me lo confirma, que tenemos a los niños hiperprotegidos y que nos asombraríamos de las capacidades que realmente tienen.
Lo comenté con varios amigos y Gerardo y Sara recogieron el guante hace unos meses.
También Rafa y Asun. Sara se ofreció a organizar la intendencia, estancias, autobús…
Pasó algo más de un mes, con el ajetreo habitual ya me había olvidado casi, pensando que la cosa se había enfriado, cuando recibo un correo electrónico, donde se nos informa de que está reservado el Pazo da Pena, en Melide, a expensas de confirmar, la primera o segunda semana de agosto. No lo dudé un instante. Allá vamos, - reserva- contesté y Rafa y Asun también. Realmente de chiripa no nos quedamos sin viaje ya que el correo de Gerardo tenía mi dirección equivocada y se llevó varios días en el limbo. Gerardo pensaría que no me interesaba ya y yo que todo quedó en agua de borrajas. Gracias a un tema jurídico que llevábamos en común y una reunión en su flamante despacho, (pedazo de bufete, dicho sea de paso) salimos de la confusión.
Teníamos que coordinar todos las vacaciones, lo cual no es fácil, pero había interés, y quedó en firme la primera semana del mes de agosto para realizarlo.
Con esa excusa se creó el grupo de whassap "Camino" con su concha amarilla como logo. Fernando y María, se enteraron en la fiesta del colegio, y se adhirieron también. Espléndido, con ellos el pazo estaba completo. Tuvimos que denegar la entrada a otras familias, ya que no había suficientes habitaciones, y realmente a muchos que se le comentaba, les apetecía el plan.
Íbamos con “red”, por supuesto, ya que con la caterva de niños no se puede uno arriesgar.: sitio fijo de estancia a mitad de camino entre Sarria y Santiago y un microbús que nos llevaría cada día a la salida y nos recogería a la llegada, amén de acudir en auxilio a mitad de cada jornada si fuere necesario.
Al final, 18 personas, cuatro matrimonios y 10 niños: un gran equipo.
Todos conocidos y todos gente "normal", sin tonterías, manías, ni pretensiones o extravagancias y dispuestos a colaborar, como se demostró a lo largo del viaje. Eso es fundamental para que todo salga bien, como te toque un intransigente, un perfeccionista o unos padres tontorrones, te dan el viaje…
Tras los pertinentes asesoramientos en internet, nos pertrechamos de todo lo necesario, zapatos de andar, cremas anti ampollas, tiritas; viajes a Decatlon, a por mochilas, bastones, chubasqueros...
Sara nos avió con un gran bolsón de zapatos de montaña para todos los niños que supuso un gran ahorro y Reyes madre los heredó de una amiga, unos buenísimos de esos que valen una pasta y que jamás nosotros hubiésemos comprado. Eso de heredar es una maravilla, y un gran ahorro. ¡Traigan, traigan, hermanos, primos y amigos, que aquí se recicla, se admite y se agradece todo!
Y así con mucha ilusión se fueron haciendo los preparativos, excusas para alguna cenita de amigos y citas en la feria y demás…
Y como todo llega, repito, y con qué premura, hete aquí que nos vimos el día de mi santo patrón con el coche cargado rumbo a Santiago…
(No me enrollo más por hoy, iré poniendo cada día nuestras experiencias, que seguro no interesarán demasiado a nadie, pero bueno, ahí quedan…)
Pero como todo llega y además con gran rapidez, ahora con siete y seis años los más pequeños pensé que podía ser el momento. Algunas voces eran contrarias... ¡los niños tan chicos no resistirán! decían algunos! ¡imposible! otros. Mi madre se unía al coro - pero niño, de verdad que vais a andar veintitantos km cada día, eso es una barbaridad-
Lo veremos, pensaba, confiando en la resistencia de los enanos, y que no me dejarían en mal lugar. Creo y la experiencia me lo confirma, que tenemos a los niños hiperprotegidos y que nos asombraríamos de las capacidades que realmente tienen.
Lo comenté con varios amigos y Gerardo y Sara recogieron el guante hace unos meses.
También Rafa y Asun. Sara se ofreció a organizar la intendencia, estancias, autobús…
Pasó algo más de un mes, con el ajetreo habitual ya me había olvidado casi, pensando que la cosa se había enfriado, cuando recibo un correo electrónico, donde se nos informa de que está reservado el Pazo da Pena, en Melide, a expensas de confirmar, la primera o segunda semana de agosto. No lo dudé un instante. Allá vamos, - reserva- contesté y Rafa y Asun también. Realmente de chiripa no nos quedamos sin viaje ya que el correo de Gerardo tenía mi dirección equivocada y se llevó varios días en el limbo. Gerardo pensaría que no me interesaba ya y yo que todo quedó en agua de borrajas. Gracias a un tema jurídico que llevábamos en común y una reunión en su flamante despacho, (pedazo de bufete, dicho sea de paso) salimos de la confusión.
Teníamos que coordinar todos las vacaciones, lo cual no es fácil, pero había interés, y quedó en firme la primera semana del mes de agosto para realizarlo.
Con esa excusa se creó el grupo de whassap "Camino" con su concha amarilla como logo. Fernando y María, se enteraron en la fiesta del colegio, y se adhirieron también. Espléndido, con ellos el pazo estaba completo. Tuvimos que denegar la entrada a otras familias, ya que no había suficientes habitaciones, y realmente a muchos que se le comentaba, les apetecía el plan.
Íbamos con “red”, por supuesto, ya que con la caterva de niños no se puede uno arriesgar.: sitio fijo de estancia a mitad de camino entre Sarria y Santiago y un microbús que nos llevaría cada día a la salida y nos recogería a la llegada, amén de acudir en auxilio a mitad de cada jornada si fuere necesario.
Al final, 18 personas, cuatro matrimonios y 10 niños: un gran equipo.
Todos conocidos y todos gente "normal", sin tonterías, manías, ni pretensiones o extravagancias y dispuestos a colaborar, como se demostró a lo largo del viaje. Eso es fundamental para que todo salga bien, como te toque un intransigente, un perfeccionista o unos padres tontorrones, te dan el viaje…
Tras los pertinentes asesoramientos en internet, nos pertrechamos de todo lo necesario, zapatos de andar, cremas anti ampollas, tiritas; viajes a Decatlon, a por mochilas, bastones, chubasqueros...
Sara nos avió con un gran bolsón de zapatos de montaña para todos los niños que supuso un gran ahorro y Reyes madre los heredó de una amiga, unos buenísimos de esos que valen una pasta y que jamás nosotros hubiésemos comprado. Eso de heredar es una maravilla, y un gran ahorro. ¡Traigan, traigan, hermanos, primos y amigos, que aquí se recicla, se admite y se agradece todo!
Y así con mucha ilusión se fueron haciendo los preparativos, excusas para alguna cenita de amigos y citas en la feria y demás…
Y como todo llega, repito, y con qué premura, hete aquí que nos vimos el día de mi santo patrón con el coche cargado rumbo a Santiago…
(No me enrollo más por hoy, iré poniendo cada día nuestras experiencias, que seguro no interesarán demasiado a nadie, pero bueno, ahí quedan…)
lunes, 17 de agosto de 2015
Aunque nadie te vea
Estoy leyendo y levanto la cabeza al escuchar a mi hija Pilar, que charlando con una amiga tan mayor como ella, seis años, no se percatan de mi presencia y ha pronunciado, no se a tenor de qué, la palabra culo.
Me mira y me dice tranquilamente: Perdón, papá, por decirlo delante de ti.
Creo que algo falla en la educación que trato de inculcarle.
-Niña- le reprendo- ni delante ni detrás.
Me mira y me dice tranquilamente: Perdón, papá, por decirlo delante de ti.
Creo que algo falla en la educación que trato de inculcarle.
-Niña- le reprendo- ni delante ni detrás.
domingo, 16 de agosto de 2015
Carreras en la playa.
Son bellísimas las Carreras en Sanlúcar. 170 años de continuo espectáculo.
Sobre un escenario único, la desembocadura del Guadalquivir, con la lengua de arena y bosque de pinos del Coto de Doñana enfrente desperezándose sobre las aguas, espacio no profanado milagrosamente por urbanizaciones y hoteles, perfilándose entre el mar y el cielo, los purasangres, de una esbeltez de junco, de una tersura brillante y grácil, de un pelaje sedoso e irisado, que siluetean unos músculos, tensos, secos y vibrantes.
Los caballos vienen despacio hacia Bajo de Guía, donde están los boxes de salida.
Trotan, relinchan, algunos rebrincan en la arena y el jinete ha de luchar con él para que siga el camino.
Los jockeys con sus camisas de colores estridentes y contrastados, salpican el ambiente, de un carácter festivo. Rosa, azul, amarillo, bermellón, el cuadro impresionista de Degás se va formando, sobre fondo azul.
La playa bulle de gente, los niños en sus casetillas, fabricadas en casa, con cartones, cajas, madera y pegamento, tratan de atraer a los apostantes, que en bañador se acercan, a sus puestecillos.
“Una apuesta de más de 30 Ct. se lleva un flasgolosina”- anuncia uno.
“Devolvemos el triple”, proclama otro. “Apuesta mínima 20 ct. Máxima 1 euro”. Y tras las ventanillas, sobre su mesita de playa van escribiendo trabajosamente los boletos de apuestas, con letra de cole, y contando el dinero que introducen en las fiambreras de plástico que han cogido del armario de la cocina.
El caballo ganador será el que primero pase por la línea pintada con el pie sobre la arena, independientemente, de que allá en los palcos, en la meta verdadera, sea ese u otro el ganador oficial.
Los puestecillos son ingenuos y conmovedores, algunos de gran ingenio, con forma de barco, o castillos, que denota unas laboriosas tardes previas y que los padres están de vacaciones…
Cuando se escuchan los silbatos de la policía ordenando a todos que despejen, en la zona de arena húmeda y dura de la bajamar, que es la pista improvisada, se palpa la tensión.
Niños y mayores se alinean impacientes para ver pasar la carrera. Algunos sobrepasan, el límite establecido, en el deseo de ver mejor la salida a lo lejos, y son conminados por los guardias a retrasarse. Todo está casi en silencio, el mar vacío, prohibido a los bañistas, unos barcos, tras la línea de boyas, se balancean a lo lejos, las nubes cubren el cielo, las gaviotas lanzan sus gritos de sal, el viento sopla fresco y orea los cabellos de una joven que está cerca y trae ese olor a limpio, a pelo recién lavado, que revolotea revuelto y me azota con tan dulces flagelos.
El coche que va de avanzadilla comienza a moverse. Es la señal de que ha comenzado la salida. Todo el mundo absorto, mirando la un escenario vacío, muchos con los móviles preparados, y en unos breves segundos tras el paso del vehículo de protección civil, se escucha, casi imperceptible el tambor de la tierra golpeado por los cascos. Veloces, raudos, como centellas se acercan los caballos, y pasan, como metáfora barroca de la vida, in ictu oculi.
Ya se alejan, hacia la curva de Las Piletas, siguiendo la breve onda del mar. Reverbera el sol en las aguas, como flechas de plata, los caballos se alejan. Han pasado al galope, con los caballeros de colores montados. Quizá sean los últimos, los últimos Cruzados, las reminiscencias de los torneos medievales. ¿No son esos colores, esas blusas ajedrezadas, uno con la cruz de Santiago, aquel con bandas celestes y rosas, como los blasones de los paladines, como los últimos flecos de las gualdrapas y plumas y gallardetes y pendones de las mesnadas que recorrieron un día estas tierras en batallas contra moros con el Bueno de Guzmán a la cabeza? Viéndolos galopar frenéticos junto al mar, se hace uno idea de la potencia tumultuosa y trágica que hayan tenido las huestes guerreras desde que el hombre usó las bestias como medio de combate.
El pelotón colorido y fúlgido se fue. Es un instante que todo el mundo mantiene en la retina. Incluso cuando han desaparecido tras la lengua del mar, el público no aparta la vista, como hipnotizados por la belleza y tensión del espectáculo.
Ya se oyen los gritos de los niños que han ganado la apuesta, las discusiones, a veces sobre el caballo ganador- ¡el ocho, el ocho!¡ Que no, por aquí el cuatro!
Y se apresuran los beneficiados a cobrar sus ganancias millonarias: treinta, cincuenta, sesenta céntimos…
La última carrera coincide con la puesta de sol.
Oh, es la más hermosa, la más onírica, la más inefable.
Ayer el cielo nublado toda la tarde, se preparó con especial cuidado, para servir de fondo único a los actores.
Es difícil expresar los tonos, colores y gradaciones infinitas que fue tomando el día al despedirse.
Sobre el mar, una franja purísima, límpida, de horizonte celeste, bajo un cielo gris de nubes, que fue iluminándose por un sol que descendía tras ella. Primero sus rayos, como lanzas de fuego sobre el mar, y poco a poco el redondel naranja, que fue cayendo como el monóculo del día, como si se desprendiera de él antes de dar las buenas noches, introduciéndolo en un vaso de agua clara, para que esté limpio y lúcido de nuevo, mañana.
La gente se va yendo. La arena mojada está revuelta, hollada por las pisadas de las cabalgaduras.
En la playa solitaria, parece que un pintor enajenado, hace pruebas imposibles con la paleta sobre el horizonte. Y va extendiendo los colores más sutiles, las irisaciones más delicadas, los matices más sublimes sobre la línea del coto.
Sobre la línea de plata del mar y oscura y blanca del coto, una banda celeste, clarísima, pura, transparente, como pudiera ser la cinta del pelo de una diosa griega que nace de la espuma.
Sobre ella en un horizonte infinito, una autopista de nubes, como si mil reactores hubiesen dejado su estela aborregada y blanca al alejarse juntos hacia la batalla.
Y por encima, un cielo rosado y blanco veteado, como las losas de mármol de un templo pagano, o el Lithostrotos, en hebreo Gábata, manchado con la sangre del Cordero. Como la carne de un animal sacrificado, como el buey de Rembrandt; pero no, aún más sutil: se trata de un ternero neonato, de un cárdeno suave, como si se hubiese dejado allí extendido, tras haber separado la vitela sobre la que se miniará un libro de horas…
Y si elevas la cabeza, encontrarás, envolviéndolo todo, una bóveda oscura, de un celeste profundo, que se irá tornando paulatinamente, en un tapiz negro, como un acerico de terciopelo oscuro, donde una infanta olvidó, clavadas, miles de agujas de plata.
Hace frio. La playa está vacía. Me resisto a abandonarla con los demás, pero el viento y la noche me obligan. Cierro mi silla plegable. El cielo y el mar se unen en una masa informe. Una luz roja, otra verde, parpadean a lo lejos, indicando a los barcos el canal que han de seguir para entrar en el río.
Absorto, me voy al fin.
Ha terminado el día de carreras.
Sobre un escenario único, la desembocadura del Guadalquivir, con la lengua de arena y bosque de pinos del Coto de Doñana enfrente desperezándose sobre las aguas, espacio no profanado milagrosamente por urbanizaciones y hoteles, perfilándose entre el mar y el cielo, los purasangres, de una esbeltez de junco, de una tersura brillante y grácil, de un pelaje sedoso e irisado, que siluetean unos músculos, tensos, secos y vibrantes.
Los caballos vienen despacio hacia Bajo de Guía, donde están los boxes de salida.
Trotan, relinchan, algunos rebrincan en la arena y el jinete ha de luchar con él para que siga el camino.
Los jockeys con sus camisas de colores estridentes y contrastados, salpican el ambiente, de un carácter festivo. Rosa, azul, amarillo, bermellón, el cuadro impresionista de Degás se va formando, sobre fondo azul.
La playa bulle de gente, los niños en sus casetillas, fabricadas en casa, con cartones, cajas, madera y pegamento, tratan de atraer a los apostantes, que en bañador se acercan, a sus puestecillos.
“Una apuesta de más de 30 Ct. se lleva un flasgolosina”- anuncia uno.
“Devolvemos el triple”, proclama otro. “Apuesta mínima 20 ct. Máxima 1 euro”. Y tras las ventanillas, sobre su mesita de playa van escribiendo trabajosamente los boletos de apuestas, con letra de cole, y contando el dinero que introducen en las fiambreras de plástico que han cogido del armario de la cocina.
El caballo ganador será el que primero pase por la línea pintada con el pie sobre la arena, independientemente, de que allá en los palcos, en la meta verdadera, sea ese u otro el ganador oficial.
Los puestecillos son ingenuos y conmovedores, algunos de gran ingenio, con forma de barco, o castillos, que denota unas laboriosas tardes previas y que los padres están de vacaciones…
Cuando se escuchan los silbatos de la policía ordenando a todos que despejen, en la zona de arena húmeda y dura de la bajamar, que es la pista improvisada, se palpa la tensión.
Niños y mayores se alinean impacientes para ver pasar la carrera. Algunos sobrepasan, el límite establecido, en el deseo de ver mejor la salida a lo lejos, y son conminados por los guardias a retrasarse. Todo está casi en silencio, el mar vacío, prohibido a los bañistas, unos barcos, tras la línea de boyas, se balancean a lo lejos, las nubes cubren el cielo, las gaviotas lanzan sus gritos de sal, el viento sopla fresco y orea los cabellos de una joven que está cerca y trae ese olor a limpio, a pelo recién lavado, que revolotea revuelto y me azota con tan dulces flagelos.
El coche que va de avanzadilla comienza a moverse. Es la señal de que ha comenzado la salida. Todo el mundo absorto, mirando la un escenario vacío, muchos con los móviles preparados, y en unos breves segundos tras el paso del vehículo de protección civil, se escucha, casi imperceptible el tambor de la tierra golpeado por los cascos. Veloces, raudos, como centellas se acercan los caballos, y pasan, como metáfora barroca de la vida, in ictu oculi.
Ya se alejan, hacia la curva de Las Piletas, siguiendo la breve onda del mar. Reverbera el sol en las aguas, como flechas de plata, los caballos se alejan. Han pasado al galope, con los caballeros de colores montados. Quizá sean los últimos, los últimos Cruzados, las reminiscencias de los torneos medievales. ¿No son esos colores, esas blusas ajedrezadas, uno con la cruz de Santiago, aquel con bandas celestes y rosas, como los blasones de los paladines, como los últimos flecos de las gualdrapas y plumas y gallardetes y pendones de las mesnadas que recorrieron un día estas tierras en batallas contra moros con el Bueno de Guzmán a la cabeza? Viéndolos galopar frenéticos junto al mar, se hace uno idea de la potencia tumultuosa y trágica que hayan tenido las huestes guerreras desde que el hombre usó las bestias como medio de combate.
El pelotón colorido y fúlgido se fue. Es un instante que todo el mundo mantiene en la retina. Incluso cuando han desaparecido tras la lengua del mar, el público no aparta la vista, como hipnotizados por la belleza y tensión del espectáculo.
Ya se oyen los gritos de los niños que han ganado la apuesta, las discusiones, a veces sobre el caballo ganador- ¡el ocho, el ocho!¡ Que no, por aquí el cuatro!
Y se apresuran los beneficiados a cobrar sus ganancias millonarias: treinta, cincuenta, sesenta céntimos…
La última carrera coincide con la puesta de sol.
Oh, es la más hermosa, la más onírica, la más inefable.
Ayer el cielo nublado toda la tarde, se preparó con especial cuidado, para servir de fondo único a los actores.
Es difícil expresar los tonos, colores y gradaciones infinitas que fue tomando el día al despedirse.
Sobre el mar, una franja purísima, límpida, de horizonte celeste, bajo un cielo gris de nubes, que fue iluminándose por un sol que descendía tras ella. Primero sus rayos, como lanzas de fuego sobre el mar, y poco a poco el redondel naranja, que fue cayendo como el monóculo del día, como si se desprendiera de él antes de dar las buenas noches, introduciéndolo en un vaso de agua clara, para que esté limpio y lúcido de nuevo, mañana.
La gente se va yendo. La arena mojada está revuelta, hollada por las pisadas de las cabalgaduras.
En la playa solitaria, parece que un pintor enajenado, hace pruebas imposibles con la paleta sobre el horizonte. Y va extendiendo los colores más sutiles, las irisaciones más delicadas, los matices más sublimes sobre la línea del coto.
Sobre la línea de plata del mar y oscura y blanca del coto, una banda celeste, clarísima, pura, transparente, como pudiera ser la cinta del pelo de una diosa griega que nace de la espuma.
Sobre ella en un horizonte infinito, una autopista de nubes, como si mil reactores hubiesen dejado su estela aborregada y blanca al alejarse juntos hacia la batalla.
Y por encima, un cielo rosado y blanco veteado, como las losas de mármol de un templo pagano, o el Lithostrotos, en hebreo Gábata, manchado con la sangre del Cordero. Como la carne de un animal sacrificado, como el buey de Rembrandt; pero no, aún más sutil: se trata de un ternero neonato, de un cárdeno suave, como si se hubiese dejado allí extendido, tras haber separado la vitela sobre la que se miniará un libro de horas…
Y si elevas la cabeza, encontrarás, envolviéndolo todo, una bóveda oscura, de un celeste profundo, que se irá tornando paulatinamente, en un tapiz negro, como un acerico de terciopelo oscuro, donde una infanta olvidó, clavadas, miles de agujas de plata.
Hace frio. La playa está vacía. Me resisto a abandonarla con los demás, pero el viento y la noche me obligan. Cierro mi silla plegable. El cielo y el mar se unen en una masa informe. Una luz roja, otra verde, parpadean a lo lejos, indicando a los barcos el canal que han de seguir para entrar en el río.
Absorto, me voy al fin.
Ha terminado el día de carreras.
martes, 11 de agosto de 2015
De mis lecturas de hoy
Artículos de Pemán. "De la seriedad de la muerte": Que es una verdad médica esa de "que no se mueren los vivos, sino los moribundos". Es decir que la naturaleza tiene prevenidas, para ese tránsito, anestesias y suavidades que nos son insospechadas.
Marc Fumaroli. La educación de la libertad:La revolución cultural y comunicacional que se está produciendo en nuestras sociedades ricas y desarrolladas combate, con una extraordinaria intolerancia, y en nombre de la tolerancia, cualquier jerarquía espiritual, moral y estética, es decir, la esencia misma de la educación
Gregorio Luri: La escuela contra el mundo: La escuela se sitúa contra el mundo cuando predica lo que ningun maestro con sentido común hace en su casa, es decir, cuando renuncia a la aspiración a la excelencia o se niega a la evaluación correcta de un trabajo escolar. ¡Claro que no hay ninguna evaluación completamente objetiva! Pero la menos objetiva de todas es la que no se hace.
Artículos de González- Ruano. Las gentes raras. Sobre unos advenedizos: No podían mover a ninguna simpatía porque eran unos renegados de lo suyo y unos conquistadores patosos y sin gracia de lo extraño. (aparte de que uno es un liberal demofílico, de ninguna manera un demócrata)
Vengo cargado de libros. La peregrinación a Santiago estupenda. Ya contaré. El clima insuperable, aunque ahora mismo en Sanlúcar hace un tiempo gallego. Me voy, en cuanto pulse "publicar", a la playa y dan ganas de bajarse con una "rebequita" o una chaqueta de entretiempo, ambas cosas inútiles en agosto en estas tierras. Que gozada de nubes. El mar gris, como de mercurio. Cojo mi butaca, mis libros, no necesito hoy sombrero y me marcho a disfrutar. Los niños están allí. Veremos si de verdad leo. Hasta mañana.
Marc Fumaroli. La educación de la libertad:La revolución cultural y comunicacional que se está produciendo en nuestras sociedades ricas y desarrolladas combate, con una extraordinaria intolerancia, y en nombre de la tolerancia, cualquier jerarquía espiritual, moral y estética, es decir, la esencia misma de la educación
Gregorio Luri: La escuela contra el mundo: La escuela se sitúa contra el mundo cuando predica lo que ningun maestro con sentido común hace en su casa, es decir, cuando renuncia a la aspiración a la excelencia o se niega a la evaluación correcta de un trabajo escolar. ¡Claro que no hay ninguna evaluación completamente objetiva! Pero la menos objetiva de todas es la que no se hace.
Artículos de González- Ruano. Las gentes raras. Sobre unos advenedizos: No podían mover a ninguna simpatía porque eran unos renegados de lo suyo y unos conquistadores patosos y sin gracia de lo extraño. (aparte de que uno es un liberal demofílico, de ninguna manera un demócrata)
Vengo cargado de libros. La peregrinación a Santiago estupenda. Ya contaré. El clima insuperable, aunque ahora mismo en Sanlúcar hace un tiempo gallego. Me voy, en cuanto pulse "publicar", a la playa y dan ganas de bajarse con una "rebequita" o una chaqueta de entretiempo, ambas cosas inútiles en agosto en estas tierras. Que gozada de nubes. El mar gris, como de mercurio. Cojo mi butaca, mis libros, no necesito hoy sombrero y me marcho a disfrutar. Los niños están allí. Veremos si de verdad leo. Hasta mañana.