domingo, 31 de agosto de 2014
AURA MEDIOCRITAS
Con el rayo de sol que se cuela
por entre los postigos
y despierta a un enjambre de motas luminosas.
Con el olor de la tierra mojada
por la primera lluvia.
Cada veintiocho días
con el aro luminoso de la luna.
Con la llama oscilante
de la vela.
Con el silencio
de la mañana de domingo.
Con el blanco atisbo temeroso
en la encía de un niño
conformaté
miércoles, 27 de agosto de 2014
Alegrías infantiles, que cuestan una moneda / de cobre...
La ingenuidad de los niños es maravillosa.
No nos damos cuenta de la capacidad de asombro y la pura inocencia que los rodea.
Ayer escuchaba a mi hijo Santiago, con sus seis años, como explicaba a una señora la magia de los Reyes Magos.
Con una cara y una voz llena de emoción iba relatando… Pero no recordaba los regalos, los montones de juguetes que había recibido entre padres, abuelos, padrinos… Se centraba en los pequeños detalles:
¡Y los camellos tiraron el cubo de agua! ¡Y se comieron las hierbas de las macetas y dejaron la azotea toda llena de hojas!
-¿Pero subieron hasta la azotea? -Pregunta la interlocutora.
Santiago responde con gran seguridad, un poco pasmado de que le pregunten una cosa por todos sabida.- ¡Es que los Reyes entran por la azotea y “aparcan” allí los camellos!
Aaah…
¡Y también convierten las bolas del árbol en bolas de chocolate!
Y yo, me alegro ahora, al escucharlo en pleno verano, de esas pequeñas chorradas que se nos ocurren, y doy por bien pagados esos esfuerzos de los “Reyes”, que a las tantas de la madrugada todavía han de subir a derramar un cubo y arrancar y esparcir hierbas de las macetas, o quitar todas los adornos del abeto y colocar un montón de bolas de chocolate en su lugar, que se acaban de traer, ese día cierra a la una, de El Corte Inglés…
Y a mí después, se me olvidan, imbuido en el tráfago de la vida ordinaria, todas esas cosas, pero mis hijos, me lo hacen recordar, entusiasmados, hablando de ellos con gran naturalidad, como algo extraordinariamente normal, que sucede cada navidad, como pasó anoche.
Y es que ellos, bendita infancia, no lo olvidarán en toda su vida.
No nos damos cuenta de la capacidad de asombro y la pura inocencia que los rodea.
Ayer escuchaba a mi hijo Santiago, con sus seis años, como explicaba a una señora la magia de los Reyes Magos.
Con una cara y una voz llena de emoción iba relatando… Pero no recordaba los regalos, los montones de juguetes que había recibido entre padres, abuelos, padrinos… Se centraba en los pequeños detalles:
¡Y los camellos tiraron el cubo de agua! ¡Y se comieron las hierbas de las macetas y dejaron la azotea toda llena de hojas!
-¿Pero subieron hasta la azotea? -Pregunta la interlocutora.
Santiago responde con gran seguridad, un poco pasmado de que le pregunten una cosa por todos sabida.- ¡Es que los Reyes entran por la azotea y “aparcan” allí los camellos!
Aaah…
¡Y también convierten las bolas del árbol en bolas de chocolate!
Y yo, me alegro ahora, al escucharlo en pleno verano, de esas pequeñas chorradas que se nos ocurren, y doy por bien pagados esos esfuerzos de los “Reyes”, que a las tantas de la madrugada todavía han de subir a derramar un cubo y arrancar y esparcir hierbas de las macetas, o quitar todas los adornos del abeto y colocar un montón de bolas de chocolate en su lugar, que se acaban de traer, ese día cierra a la una, de El Corte Inglés…
Y a mí después, se me olvidan, imbuido en el tráfago de la vida ordinaria, todas esas cosas, pero mis hijos, me lo hacen recordar, entusiasmados, hablando de ellos con gran naturalidad, como algo extraordinariamente normal, que sucede cada navidad, como pasó anoche.
Y es que ellos, bendita infancia, no lo olvidarán en toda su vida.
jueves, 21 de agosto de 2014
Noches de agosto
Colocamos las sillas, las tumbonas. Hacemos palomitas en el microondas, preparamos los helados, las pipas…y comienza la sesión. Aparece el león rugiente de la Metro en tamaño colosal al proyectar sobre la pared de la azotea una película. Muchas veces, los niños se sobresaltan con los altavoces.
Es un cine de verano en toda regla. Como hace fresco, terminamos cubriéndonos con las toallas de playa, incluso ahora en pleno agosto. Una delicia.
Los jazmines, que están espléndidos, expanden su olor profundo, también la dama de noche. Algunas ramas trepan por la pared y se meten en la película.
La Giralda, iluminada, se dibuja a lo lejos, como una flecha incandescente. La impresionante mole de la cúpula de El Salvador casi nos cubre. A las doce se apaga y queda como el caparazón de una gran tortuga dormida. A veces he girado el cañón y se han cubierto sus tejas de figuras danzantes que se proyectan sobre ella.
Así estamos viendo los grandes peliculones clásicos.
La última semana:
Qué verde era mi valle de John Ford, Recuerda de Hitchcock, Testigo de cargo de Billy Wilder Pigmalión con Leslie Howard…
Las del Oeste, La diligencia, Sólo ante el Peligro, Horizontes de Grandeza, Centauros del desierto…
En fin, ¿quién duda de que agosto en Sevilla también tiene sus encantos?
lunes, 11 de agosto de 2014
HECHIZO DE LUNA
Al lado de la casa donde estuvimos el fin de semana había un bosque de pinos, muy sencillo, muy claro y muy humilde de día. Todo alfombrado de pinochas secas que crujían al pisar. Algunas perdices saltaban a nuestro paso, algún faisán, palomas rompiendo el silencio de sol de agosto a nuestros pasos.
Al llegar, a medianoche, quise contemplar la luna y las estrellas tal como lo han hecho todas las generaciones que han sido hasta la llegada de la luz eléctrica.
Santiaguito se atrevió. Juntos, nos acercamos al umbral del bosque oscuro, que ahora se había tornado misterioso, casi amenazador.
Todo era silencio. El seco canto de un grillo hacía más densa aún la noche. Caminamos unidos, su mano pequeña en la mía. Nos adentramos entre los troncos. La luna llena, esplendida, dejaba claros de plata entre las copas negras.
El pinar modesto de la tarde se había transformado, los dos lo sentíamos.
Yo pensaba en todos los poetas que han cantado a la luna y en todas las leyendas y en todos los fantasmas y en Becquer, y en ninfas y en náyades y ondinas, y en todas las novelas donde el misterio trascurre en un bosque a la luz de la luna. ¡A la luz de la luna! Y Santiaguito, que a sus cinco años, también tiene su acervo, pensaría en piedrecitas blancas y en miguitas de pan y en una lucecita que brilla en la distancia y en una casita y unos niños perdidos y un ogro y una bruja… ¡papá vámonos! - me dijo apretándome fuerte la mano.
A lo lejos un perro ladró. Un pájaro se despertó sorprendido y aleteó entre las ramas.
Nos alejamos pisando los charcos blancos de luz entre los árboles, hasta salir a la noche radiante de bronce y estrellas de un cielo sin nubes.
La puerta de la casa, entreabierta, dibujaba un cuadro de luz amarilla en el suelo ofreciendo cobijo.
Atrás dejamos, vaya par de aventureros, los secretos arcanos que seguía tejiendo la luna en el silencio y la sombra.
Al llegar, a medianoche, quise contemplar la luna y las estrellas tal como lo han hecho todas las generaciones que han sido hasta la llegada de la luz eléctrica.
Santiaguito se atrevió. Juntos, nos acercamos al umbral del bosque oscuro, que ahora se había tornado misterioso, casi amenazador.
Todo era silencio. El seco canto de un grillo hacía más densa aún la noche. Caminamos unidos, su mano pequeña en la mía. Nos adentramos entre los troncos. La luna llena, esplendida, dejaba claros de plata entre las copas negras.
El pinar modesto de la tarde se había transformado, los dos lo sentíamos.
Yo pensaba en todos los poetas que han cantado a la luna y en todas las leyendas y en todos los fantasmas y en Becquer, y en ninfas y en náyades y ondinas, y en todas las novelas donde el misterio trascurre en un bosque a la luz de la luna. ¡A la luz de la luna! Y Santiaguito, que a sus cinco años, también tiene su acervo, pensaría en piedrecitas blancas y en miguitas de pan y en una lucecita que brilla en la distancia y en una casita y unos niños perdidos y un ogro y una bruja… ¡papá vámonos! - me dijo apretándome fuerte la mano.
A lo lejos un perro ladró. Un pájaro se despertó sorprendido y aleteó entre las ramas.
Nos alejamos pisando los charcos blancos de luz entre los árboles, hasta salir a la noche radiante de bronce y estrellas de un cielo sin nubes.
La puerta de la casa, entreabierta, dibujaba un cuadro de luz amarilla en el suelo ofreciendo cobijo.
Atrás dejamos, vaya par de aventureros, los secretos arcanos que seguía tejiendo la luna en el silencio y la sombra.
domingo, 10 de agosto de 2014
Sin honor y sin glamour.
Hemos estado en el sur del sur. Las playas azules, soleadas y de arena fina, únicas. El faro de Trafalgar, la bahía tranquila y adormilada bajo el sol, me han traído a la memoria, como no, la gran batalla con la que concluyó el Imperio Español y comenzó el Británico. Bajo sus aguas reposan, navíos, cañones, marinos y héroes, que lucharon y murieron por sus patrias.
La playa de El Palmar, muy cercana,tenía un oleaje formidable, donde los niños, y el padre, he de confesarlo, nos hemos dejado llevar y hemos disfrutado de lo lindo.
La playa esplendida, ¡pero la ciudadanía, vaya con la ciudadanía! Parecía que habíamos regresado a una tribu primitiva, las mujeres parecían indigenas, sin pudor, ni rubor, ay, ni glamour. Los cuerpos de todos tatuados de manera variopinta y salvaje. Talmente como en África, tan cercana.
Tantos siglos de refinamiento en busca de una delicada artificiosidad que nos aleje del mono, tanto esfuerzo en pro de la "civilización" para acabar en este retroceso a "lo natural".
Oh, pobres ancestros nuestros, que lucharon con honor en estas playas. Sus nietos, forman una plebe inmensa, no sé si digna de tanto sacrificio...
La playa de El Palmar, muy cercana,tenía un oleaje formidable, donde los niños, y el padre, he de confesarlo, nos hemos dejado llevar y hemos disfrutado de lo lindo.
La playa esplendida, ¡pero la ciudadanía, vaya con la ciudadanía! Parecía que habíamos regresado a una tribu primitiva, las mujeres parecían indigenas, sin pudor, ni rubor, ay, ni glamour. Los cuerpos de todos tatuados de manera variopinta y salvaje. Talmente como en África, tan cercana.
Tantos siglos de refinamiento en busca de una delicada artificiosidad que nos aleje del mono, tanto esfuerzo en pro de la "civilización" para acabar en este retroceso a "lo natural".
Oh, pobres ancestros nuestros, que lucharon con honor en estas playas. Sus nietos, forman una plebe inmensa, no sé si digna de tanto sacrificio...